"Formar" pareja

Todo psicoanálisis transita las cuestiones del amor y entre ellas, la dificultad para hallar pareja es una de las que más frustración produce en quienes la experimentan. En el curso de un tratamiento suele hacerse evidente que el problema no radica en la falta de oportunidades, sino en la manera personal de acercarse a dicha experiencia.
Dificultad para hallar pareja
El beso, Edvard Munch,1897
En nuestro tiempo, las alternativas para buscar una pareja parecen haberse multiplicado. A las tradicionales se suman las propias de la era digital -aplicaciones, redes sociales o comunidades virtuales entre otras-. Sin embargo, muchas personas se quejan de la dificultad para entablar una relación que pase del encuentro ocasional. En la consulta, es frecuente que al quejarse de este problema, el paciente sitúe la causa en el exterior, ya sea en determinada actitud del otro, en la época, en la sociedad, en el machismo o el feminismo, etc., etc. De allí los lamentos habituales: "No quedan hombres”, "Las mujeres van muy rápido”, "Ellos no quieren compromiso”, "Ellas no saben lo que quieren”, y otros por el estilo. 
No obstante, al profundizar en estos planteos, se comprende que responden a idealizaciones, fantasías, prejuicios y temores que dificultan el encuentro. Será tarea del tratamiento interrogar fantasías de unidad, que reclaman en la pareja la "media naranja”, alguien destinado a llenar, a completar aquello que a uno le falta. 
Esto niega la particularidad de cada uno y sobre todo, pretende que en la vida de pareja no habrá desencuentros, malentendidos, diferencias, sólo idílica reciprocidad. Más aún, desconoce los espacios exclusivos de cada uno y a menudo supone que puede saberse todo del otro o que por obra del amor aquel cambiará para alcanzar la medida de las propias expectativas y necesidades. Tal exigencia conduce claramente al fracaso o, cuando menos, a la infelicidad, pues contradice la condición humana en su absoluta singularidad. 
La idealización de la pareja, del amor, de la sexualidad, sólo consigue que lo vivido nunca esté a la altura. "Formar" pareja no debería suponer que existe el complemento, sino aceptar al otro como diferente y respetar su identidad, que se apoya en una larga historia previa de vínculos y experiencias.
                              La despedida, Edvard Munch, 1896                                           
Plantea también tomar distancia de los modelos de los propios padres, pues pretender que el compañero/a se amolde a los esquemas familiares es otra forma de sabotear la relación o de garantizar el conflicto y el resentimiento entre suegros e hijos políticos. 
Hombre y mujer, Edvard Munch, 1898
El trabajo analítico también explorará los temores a la sexualidad, al fracaso y a la pérdida, así como la idealización de las relaciones sexuales y las fantasías de lo que la pareja espera. El temor de no funcionar sexualmente de muchos hombres y el de "ser usada” de muchas mujeres son a menudo un grave obstáculo para lograr una relación de pareja. 
Hallar pareja es mucho más que dar con una persona, tener relaciones sexuales o incluso llegar a enamorarse; es una experiencia que pone en juego la relación con la sexualidad, con el propio cuerpo, y activa las experiencias afectivas primarias..Por ello, el miedo de sufrir, de ser rechazado, de repetir malas experiencias, no siempre propias, inhiben a muchos de implicarse afectivamente en una relación. 


Desvelar el origen y el sentido de estos síntomas permitirá reconocer que toda experiencia vital supone riesgos y que sólo asumiendo la posibilidad de la pérdida es que se puede ganar algo. Situar estos y otros temas en la historia del paciente, descubrir los modos casi siempre inconscientes en que los pone en juego, lo conducirá a la búsqueda de la pareja posible y sobre todo, le permitirá dejar de ser alguien a quien "le pasan” las cosas para ser un sujeto capaz de poner en juego su deseo.
El amor en la neurosis obsesiva
Como en todos los aspectos de su vida, también en lo amoroso el obsesivo “desea no desear” y se esfuerza por poner a distancia su deseo, convirtiéndolo en un imposible. En la práctica, esto se traduce en interminables procrastinaciones, dudas y disquisiciones, que dan lugar a inhibiciones o a conductas evitativas de tipo fóbico que lo previenen de caer en “tentaciones”, pudiendo llegar a extremos insospechados, como la evitación de reuniones sociales, salir de su casa, o lo que sea que en su fantasía lo acerque a lo temido/deseado. Como el obsesivo se defiende manteniendo a raya el afecto, suele mostrarse excesivamente racional, distante e incluso frío o calculador, particularmente en ocasiones en que sería esperable una respuesta afectiva o emocional; y cuando ésta se produce, a menudo lo hace en forma de desconcertantes explosiones de ira o arrebatos pasionales. 
Dado que el lema del obsesivo podría resumirse en “divide y triunfarás”  separa el amor del deseo, por lo que no es infrecuente que tenga una pareja a quien ama pero no desea, y otra u otras con las que se permite poner en juego su sexualidad, pero a las que no ama. De igual modo puede sentirse desafectado de su pareja a la que menosprecia, pero intensamente enamorado de una pareja inalcanzable a la que idealiza. Y si acaso ésta se vuelva alcanzable, el obsesivo bien perderá su interés por hallarla posible, bien se enfrascará en una lucha por hacerla cambiar a la medida de su fantasía. 

Mujer, Edvard Munch,1925
Como el obsesivo se empeña en domesticar el deseo propio tanto como el ajeno, puede volverse autoritario en la vida de pareja y familiar, llegando en ocasiones desplegar despóticas imposiciones no exentas de sadismo que amargan la convivencia o provocan interminables conflictos en el cotidiano. En otros casos, la vertiente sádica da lugar a su opuesto, y aparecen temores de dañar a la pareja, conductas de sumisión y auto-humillación, o también excesiva preocupación, angustia y falta de autoridad ante los hijos. 

La culpa por la sexualidad, a la que puede considerar sucia o degradante, le impide a menudo disfrutar de sus relaciones y origina variadas disfunciones que afectan la intimidad con su pareja y que en ocasiones lo vuelcan a la búsqueda de relaciones fuera de ella, que incrementan a su vez la culpa. Por su carácter retentivo a menudo el obsesivo se angustia ante la idea de las separaciones, por lo que en la vida amorosa no es infrecuente que conserve relaciones a las que sin embrago ni ama ni desea. 

La literatura y el cine son fuente inagotable de obsesivos enamorados; un ejemplo de antología, el señor Stevens (Anthony Hopkins), el mayordomo de la novela de Kazuo Ishiguro, Lo que queda del día, asépticamente enamorado de la señorita Kenton (Emma Thompson).
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